Anoche vi “MasterChef” en La 1, el estreno español que viene precedido de un gran éxito en países de toda Europa. No soy muy amiga de estos programas tipo “reality” o de aprendizaje, competición, desafío, pero como tenía la cocina como motivo principal, me decidí a darle un voto de confianza.
La realidad no es que me decepcionara sino que yo, por “cocinar” entiendo otra cosa. Para mí disponerme a preparar un plato es un momento de disfrute, necesita sosiego, paciencia, reflexión, elección de ingredientes. La antítesis de MasterChef.
Por ello me pareció que el programa es el polo opuesto de lo que hacemos en los blogs de cocina, donde aprendemos de todos, los leemos por placer, elegimos qué plato de los últimos días nos ha gustado tras trasegar por nuestros favoritos; para luego, buscar los mejores ingredientes, cocinarlos y degustarlos. Todos le ponemos pasión, pero falta el disfrute. En “MasterChef” cocinar se convierte en una carrera contrarreloj, una tortura para los concursantes y para el propio espectador, al menos para mí.
Por otra parte, los jurados eran todos como Risto Mejide, podría hacer alguno de “poli bueno” para dar algo de aliento a los aspirantes.
Y para colmo, en la primera prueba eliminatoria ponen un rodaballo como protagonista. ¿No había algo más difícil?